Cuantas veces hemos visitado el Malecón y nos hemos sentado en aquellas bancas, frente a aquella isla verde, mientras disfrutamos del aire de tranquilidad que envuelve aquella escena. Te invitamos a conocer este atractivo localizado a pocos minutos de navegación.
El proyecto Guayaquil Ecológico, a cargo del Ministerio del Ambiente, apunta a convertir a la isla Santay en un inmenso pulmón turístico del Distrito Metropolitano de esa ciudad que es, además, pulmón económico del país.
El Miniterio de Turismo, a través de la Subsecretaría de Turismo del Litoral, trabaja en el desarrollo de los productos receptivos en esa zona donde se está construyendo un muelle de cemento y madera, y senderos elevados debido que la isla es proclive a inundaciones. También se están edificando 52 viviendas de madera alrededor del sendero, destinadas para igual número de familias nativas.
Además, está en estudio la construcción de una ruta canopy para disfrutar de un adrenalítico paseo deslizándose por extensos cables sobre las copas de los árboles.
¿La isla Santay se transforma? Parece que sí. Así lo observé tras un paseo naútico que emprendí desde el mercado Caraguay, al sur de Guayaquil. Esa navegación por el río Guayas es toda una delicia a los dos escenarios (urbano en Guayaquil y, en la otra orilla, el natural en la Santay) que nos abrazan junto con la brisa mientras avanzamos por el maravilloso "manso".
El ruido de un generador eléctrico encendido nos da la bienvenida a la Santay, junto con la mirada curiosa de varios trabajadores que laboraban en las bases del futuro muelle y en el sendero que se conectará a la futura zona de regeneración rural en la isla.
Después de atravesar un camino de lechuguines, lodo y piedras (es importante mencionar que las botas de caucho son imprescindibles en esta isla), llegamos a una casa de caña que funciona como área social y de comedor. Allí suelen reunirse diferentes grupos de ayuda religiosa y de labor social académica, como la Fundación Galilea y estudiantes del Colegio Politécnico (Copol), con el objetivo de interactuar y prestar servicio a los niños y adultos de la comunidad.
Elsa Rodríguez, coordinadora de turismo en la isla, nos recibió amablemente con un fuerte apretón de mano y nos solicita que esperemos un rato para iniciar el recorrido.
Mientras dura la espera observo un feliz alboroto de los niños que corren de un lado al otro, saltando y sonriendo. Llegan algunas mujeres con camisetas rojas, todas se saludan de besos y abrazos con los nativos. Se nota que están acostumbrados a su presencia. Pregunto a Elsa, ¿quiénes son?, me responde: son de una iglesia y vienen a pastorear.
Como una gran familia, se sientan todos en una mesa para servirse un desayuno típico con tortillas de verde, huevo frito y café.
Dos horas de paseo
Pocos minutos después, junto con Benito Parrales, guía encargado de la cocodrilera (sí, allí crían cocodrilos); Jacinto Rodríguez, guía comunitario y conductor de la pequeña embarcación que nos sirvió de transporte, y Elsa Rodríguez iniciamos una ardua caminata que duró aproximadamente dos horas. Antes de eso, la primera pregunta que nos hacen es: ¿trajeron repelente para mosquitos? Sí. ¡Perfecto! Inmediatamente nos dirigimos hacia la casa comunal, una cabaña alta, bastante deteriorada, que forma parte del recorrido.
Hasta eso momento las botas servían para protegernos de un terreno medianamente agreste, pero fue justo a pocos metros de la casa comunal cuando empezó la aventura: terreno totalmente inestable, fangoso y profundo, lleno de maleza y mosquitos (por eso me preguntaron por el repelente).
Isla Santay es un humedal, por ello la necesidad de construir senderos elevados. Solo esa facilidad protegerá al caminante cuando la lluvia, el aguaje o la crecida del río inunda los campos de la isla, comentan Jacinto y Elsa. ¿Eso es peligroso?, pregunto asustada. No, para nada. El agua baja en menos de una hora, contesta Jacinto.
Con ayuda de Elsa avanzo por el terreno lodoso, parece que me voy a hundir en arenas movedizas, pero pisando fuerte logro acostumbrarme al camino, obteniendo el equilibrio necesario para continuar. Benito lidera la fila india que hemos formado, y con su machete abre la ruta hacia nuestra próxima parada, su especialidad: la cocodrilera.
Hacemos un alto porque nos señalan el agujero en un árbol, diciendo que en esta isla abundan los pájaros carpinteros. Tratamos de capturar la imagen de alguna de estas aves, pero nos tenemos que conformar con escuchar, a uno que otro, picotear vigorozamente la madera ente la espesa cabellera de los árboles.
Los guías nos alientan a caminar más rápido y a no separarnos mucho del grupo. Como información adicional y para ponernos alerta, nos dicen que en esa zona predominan los tigrillos. Buena táctica para obligarnos a mover los pies, aunque después, sonriendo, afirman que no son peligrosos.
Cocodrilos en peligro
Un letrero nos avisa que hemos llegado a la cocodrilera, un terreno de veinte por veinte, cercado por una pared de cemento de un metro cincuenta de altura aproximadamente. Benito, muy orgulloso de su labor como protector de ese lugar, nos explica la situación difícil de aquel lugar.
Poseen once cocodrilos jóvenes, el más grande se está acercando a su edad madura y empieza a pelear territorio, lo cual es un peligro para lo más débiles. Explica que todos son hijos de una cocodrilo hembra que vive en Parque Histórico. Fueron traidos a Santay por la Fundación Malecón 2000, que antes estaba a cargo de la isla, pero dejaron de recibir ayuda. Ahora los animales han crecido y no cuentan con el espacio ni la comida suficiente para desarrollarse de la manera más adecuada. Una realidad que requiere urgente solución, pero don Benito aún la desconoce.
Decidimos continuar con el camino. Para "condimentar" el recorrido, los guías nos pedían que todos permaneciéramos junto, porque el Tintín y la Tintina (duendes mitológicos), eran un peligro para los hombres y las mujeres que deambulaban solos por aquel bosque.
Entre leyendas y risas llegamos a la última parada del circuito rural: una zona de campamento a orillas del estero Huaquillas. Con un estilo playero, por las palmeras que lo rodean, este lugar tiene un amplio potencial turístico, solo necesita un poco de cuidado. La observación nocturna de aves navegando por el estero es otra de las actividades que se realizan en esta zona, cuenta Jacinto.
Satisfechos por aquel recorrido y por haber aprendido un poco más sobre los atractivos y necesidades de este naciente destino de naturaleza, localizado a tan solo una mirada desde nuestro malecón guayaquileño, emprendimos el regreso. Un poco de caminata, un poco de sol, un poco de lodo y un poco de agua del río Guayas, todo valio la pena para vivir aquella experiencia ecoturística llamada Isla Santay.
Cómo llegar: Llamar a la coordinara de turismo Elsa Rodríguez (09)735-1599 o al guía comunitario Jacinto Dominguez (09) 134-7352 (dueño de lancha).
Publicado revista Transport, junio 2011
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