martes, 23 de agosto de 2011

Vacacionando con adolescentes

Un tour líder viaja con turistas para asistirlos durante todo su recorrido y asegurarse que se cumplan los servicios contratados. Ser tour lider de un grupo de adolescentes, es una aventura que requiere de mucha responsabilidad y una habilidad casi maternal.

"Quiero un wkisky en la rocas", fueron palabras que bruscamente me sacaron del letargo en que me hallaba para anunciarme lo que nos esperaba durante todo el viaje. El pedido salió de la boca de un muchacho que el día anterior había complido su mayoría de edad, y me tocó escucharlo mientras volaba a una famosa playa caribeña en calidad de tour líder de un grupo de 32 adolescentes, la mayoría menores de edad, y cuatro madres de familias.

La azafata le pidió el pasaporte y comprobó que no tenía más remedio que complacer al jóven pasajero. Así casi comienza el happy hour, ya que a los pocos minutos otra niña, creyendo que tendría la misma suerte que su compañero, pidió con tono de mujer de mundo que le sirvieran un wisky en las rocas. En aquel momento pensé: aún no llegamos a nuestro destino y estos chicos ya empezaron a soltarse el moño. Otra azafata le llevó el vaso a su asiento. Aterrorizada por la escena, le pedí a la sobrecargo que le revise el pasaporte a la niña con ínfulas de adulta, confirmando sus escasos 17 años. Al instante les solicité a las aeromozas que no les volvieran a servir ninguna bebida alcohólica a los chico. "La que me espera" pensé.

Chicos alfa, beta y gama
Ese fue mi debut en la ardua tarea de cuidar, encaminar y divertir a un rebaño de adolescentes cuyo objetivo principal era disfrutar de los servicios turísticos que ofrecen estos destinos "all inclusive" (con excesos incluidos también), ya que se veían lejos del cuidado de sus padres y de las obligaciones cotidianas.
Como en todo grupo heterogéneo, me encontré con personajes audaces, rebeldes, chistosos, carismáticos, encantadores, tranquilos y dóciles. Me tomé la libertad de clasificarlos en tres grupos: los alfas son siempre activos y energéticos, en nuestro argot popular, los relajosos; siempre andan en busca de diversión y adrenalina, parecería que nunca duermen, constantemente son motivo de algún suceso -bueno o malo-, por lo que se hacen notar durante todo el viaje. Los beta son chicos intermedios; es decir, tienen sus momentos activos y eufóricos, pero también de relax; suelen unirse a los alfa para compartir actividades recreativas y de diversión. Los gama son todo lo contrario a los alfas: son muy pasivos, casi imperceptibles. Son chicos que se ajustan a las reglas establecidas, aisten muy poco a fiestas y duermen temprano. Se hacen notar sólo al principio y al final del viaje, cuando se toma la lista de asistencia. Estós últimos son la minoría.

Recuerdo que todo el proceso del viaje estuvo perfecto. La parte aérea fue tomada con un vuelo comercial que resultó muy conveniente por horario y seguridad. Cuando llegamos al hotel había un enorme cartel blanco con letras negras dándole la bienvenida al grupo. Después de refistrar a cada joven, hubo una charla informativa sobre las actividades programadas y las diferentes instalaciones del hotel al servicio del huésped. Al final ocurrió otro capítulo difícil de afrontar. ¿Y la discoteca?, ¿a qué hora abren la discoteca?, preguntaron tres o cuatro jóvenes casi al unísono. Con esa inquietud todos se alteraron, como si una inyección de adrenalina les hubiera sido sumistrado directo a la vena.

"Lamento decirles que ninguna discoteca, incluida la del hotel, permite el ingreso a menores de edad", indicó el operador del destino. Fueron palabras nefastas que provocaron una oscura nube de desencanto sobre el salón. Los chicos se sublevaron: algunos gritaron que sin discoteca lo iban a pasar aburridos, otros que habían pagado "de por gusto" todo el viaje y algunos demandaban inmediatamente bebidas alcohólicas. Se levantó todo un berrinche por una medida común en cualquier destino responsable: los menores de edad no pueden consumir alcohol ni ingresan a casinos o discotecas.

Con voz enérgica solicité a todos que se tranquilicen y que respetaran a los adultos que estaban dándoles la charla. Se les recordó las condiciones que aplicaban para mayores y menores de edad, las cuales fueron informadas a sus padres antes del viaje.
Para tranquilizarlos, se les ofreció planear alguna opciones nocturnas para que puedan disfrutar de su viaje. Sin embargo, la discoteca no era un asunto negociable para ellos. La primera noche, utilizando su astucia, los chicos alfas y algunos betas lograron ingresar a la discoteca del hotel con la condición de que se alejaran del alcohol y no hicieran escándalo en los pasillos el hotel. No les importó quebrar su compromiso, para lo cual tuvieron la complicidad de un grupo de chicas peruanas y canadienses con quienes hicieron amistad. No hace falta imaginarse que para la segunda noche les prohibieron rotundamente la entrada a la disco.

Al día siguiente, mientras caminaba por uno de los pasillos para reunirme con el operador del destino y un representante del hotel para planifica alguna actividades para los colegiales, noté como uno de los muchachos entraba a su habitación acompañado de una de las canadienses. Días más tarde, después de haber finalizado el viaje, un papá me comentaba con tono humorístico que su hijo le había confesado que probablemente pronto le daría un nieto canadiense. Yo sólo sonreí asombrada por la ligereza del comentario.

Rumba casi interminable
Ya había escuchado en reiteradas ocasiones las anécdotas de colegas que viajaron con grupos de colegiales, algunas de ellas cargadas de mucho humor y jocosidad, otras de desgracias y malas experiencias. Afortunadamente nuestro grupo de muchachos alfas, betas y gamas retornaron a sus hogares completos y sanos, aunque resultó inevitable la necesidad de llevar unos pocos al centro médico del hotel por indigestión estomacal y dolor de garganta (licor y cigarrillos fueron mayormente las causas). Definitivamente un buen seguro de viaje es el mejor aliado en esos tipos de menesteres.

Para el tercer día se les ofreció una excursión en yate para hacer snorkelling en mar abierto, donde todos la pasaron muy bien y gastaron gran cantidad de energía, aunque les quedó bastante para un concierto nocturno que les organizaron los operadores locales. Cantaron, bebieron unas cuantas jarras de cerveza con el consentimiento de las mamás presentes, se tomaron fotos y entre todos hicieron compras en la boutique de una famosa franquicia. Una exitosa noche de diversión.

El último día -al son del merengue y la bachata- los chicos y las mamás disfrutaron de la playa y las actividades que ofrecía el hotel. Conversando con algunos jóvenes me enteré de sus apodos: Pescadito, Huevardo, la Titi, Chumi Chumi; también conocí al más galán, a la hipocondriaca del grupo, al chico que todos consideran raro y al más "perruño".
Sociabilicé con la pareja de chicos que se "amarraron" en pleno viaje y que durante los cinco días se las ingeniaron para dormir juntos en una misma habitación para vivir una precoz luna de miel.

Luego conocí a una niña que, según me dijeron, con algunos tragos encima se había estado besando con una chica extranjera. No era la primera vez, me dijeron.
¿Y las cuatro mamás presentes? Al principio estaban un poco asustadas de todas estas novedades, pero al final ya eran inmunes a tales rarezas, con tal de que sus hijos se estuvieran divirtiendo. Para la noche de despedida se les organizó una fiesta privada en la playa, con bocaditos, bebidas soft y discjokey. Cuando empezaron a llegar a la fiesta los chicos alfas se quejaron porque sólo había gaseosas y jugos. Preguntaron por los cocteles y la cerveza, y al recibir una negativa del barman se enojaron. "Entonces, ¿qué vamos a tomar?, ¿leche?" se quejaron.

La fiesta en la playa terminó y remataron la noche en una discoteca fuera del hotel, también reservada para ellos. Bailaron un par de horas, pero el cansancio y sus reservas de batería estaban casi al límite. Una hora después estábamos de regreso al hotel, porque al día siguiente muy temprano teníamo el retorno a la vida real. En casa se convertirían nuevamente en niños de papá y mamá.

Publicado en revista Transport, diciembre 2009

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