Fausto Merchán, su propietario, comenta que el nombre del hotel (Casa del Águila) fue inspirado por el antiguo apelativo de la calle Mariscal Sucre, donde están ubicados. La fachada del inmueble conserva casi intacta su arquitectura y estilo del siglo XIX, mientras que sus muebles, cuadros y adornos e incluso libros (el más antiguo data del año 1700) constituyen el mobiliario –añejo y bien preservado- de este establecimiento cuya restauración tomó aproximadamente dos años.
El hotel Casa del Águila nos recibió con la tradicional y sorprendente oferta colonial de esta urbe que, con el típico city tour pedestre por el centro histórico, nos brindaba el aperitivo de un amplio y delicioso menú cuencano. El paseo nos llevó a recorrer la iglesia del Carmen de la Asunción con su vistoso y aromático portal, mejor conocido como Plaza de las Flores, debido a los puestos informales de venta de rosas y claveles, y el claustro del Convento de las Carmelitas, que tiene una pequeña sala dedicada a vender sus productos que van desde un jarabe multivitamínico hasta CDs de villancicos.
Una cuadra y media más delante la Plaza Abdón Calderón nos muestra frente a frente las dos catedrales emblemáticas de la urbe: la de la Inmaculada Concepción (llamada la “nueva”), toda una obra arquitectónica barroca que funciona desde 1967, y la iglesia de El Sagrario, antigua catedral y primer templo de Cuenca, que actualmente es un museo.
Ese recorrido histórico, que hace años era el único “plato fuerte” de toda visita a Cuenca, se ha convertido en parte de un sabroso bufé de diversos platillos elaborados con novedad, atractivo e ingenio, ingredientes que atrapan el interés y la admiración del turista nacional y extranjero.
Disfrutamos uno de esos platillos a través de una tarde entre arcillas, antigüedades y muñecas de trapo. Sesenta años de experiencia como alfarero le ha generado un prestigio muy bien ganado a José Encalada, quien junto con sus empleados trabaja en su taller localizado en el suroeste de la ciudad. Sapos y pingüinos gigantes, alcancías en forma de cerdo, casa de barros de mil colores y fuentes de agua componen una parte de los objetos encontrados en este local cuyo producto estrella es la vajilla de arcilla negra, que fuera del país puede costar hasta $2.000, según uno de los hijos de Encalada.
Este negocio familiar tiene entre sus principales clientes a los hoteles y restaurantes, pero también se destaca por recibir visitantes nacionales y extranjeros que, al final de la visita, pueden experimentar el arte de la alfarería introduciendo sus propias manos en la húmeda textura del barro frío y espeso que gira en un rústico torno impulsado por el pie del artesano.
La ruta nos llevó al tradicional barrio El Vado, conocido como la zona de artesanos y costureras de las famosas polleras de las cholas cuencanas. Allí encontramos la Casa Museo Laura’s, una construcción con cien años de historia y muchos objetos antiguos que abren una ventana al pasado.
Un piano, sombreros, muñecas de trapos con cara de porcelana, baúles de cuero, una cocina de leña, roperos, espejos, prendas de vestir y zapatos antiguos parecen tener vida propia o, quizás, brillar con el recuerdo de sus primeros dueños. Si el cliente desea, puede comprar un recuerdo para llevarse un pedazo de memoria, aunque también puede conformarse con admirar y aprender un poco de historia que envuelve a cada elemento que allí existe.
Su dueña, Graciela Vintimilla, nos permitió acceder a su taller de costura en el ático para mostrarnos dónde explota su creatividad elaborando carteras y muñecas de colección, a la vez nos contaba sobre la época en que trabajó por veinte años como diseñadora de modas en Holanda para luego decidirse a regresar a su natal Cuenca en compañía de su esposo, un holandés, y así hacer realidad su sueño: dar testimonio por medio de su casa museo de las costumbres cuencanas y su antiguo estilo de vida.
Canopy y aventura
El bufé también tuvo adrenalina y acción en la entretenida sesión de canopy cuencano. A menos de media hora de la ciudad, en la zona de Bibín, encontramos Cuenca Canopy, un parque de deportes extremos que cuenta con seis tramos de cable (zip lines) con diferentes niveles de dificultad en extensión y altura. Todo el equipo es proveído para la seguridad y comodidad del turista: arneses, mosquetones, poleas, cascos y guantes.
Cruzar la primera línea me causó un poco de temor. A pesar de las instrucciones del guía, olvidé colocar los pies en la posición más adecuada, pero, a medida que atravesaba cada nivel se apoderó de mi una sensación de seguridad. Lo mejor fue atravesar los dos últimos tramos sintiendo plena libertad: extendí los brazos, sentí el aire en el rostro, respiré profundamente y me identifiqué con el pájaro que vuela sobre valles y montañas, libre de ataduras y preocupaciones. Fue una experiencia que recomiendo a todos los que visiten Cuenca.
El arborismo también se practica en ese lugar. Consiste en trasladarse de un árbol a otro a unos diez metros de altura a través de un sendero de cables, puentes colgantes de madera, llantas de caucho y demás. Es una actividad extenuante pero muy divertida en las alturas. El sorbing es otra entretenidísima opción; consiste en ingresar en una esfera con aire comprimido en el interior, como un hámster, para ser lanzado desde una pendiente con las respectivas medidas de seguridad. En Cuenca Canopy no existen las diferencias de edad ni sexo, todos pueden divertirse por igual. Sólo es necesario buena disposición, ganas de vivir y reír a millón.
Postre de chocolate
Sentir el aroma a chocolate hace que mi corazón lata más fuerte y que mi boca se haga agua. Eso me ocurrió cuando entré a Industrial Fátima, un taller artesanal fundado por Luis Peralta en 1942 y que hoy es propiedad de su hija Catalina, quien trabaja con entusiasmo para mantener la tradición familiar de la buena elaboración del chocolate a través de añejas máquinas fabricadas por su padre y que funcionan con manivelas.
Catalina comentaba que cada semana procesan quince quintales de cacao traído de Naranjal (Guayas). Antes de iniciar su transformación en barras o moldes, los obreros dejan secar el grano bajo el sol para después someterlo a altas temperaturas en un horno. Tras enfriarse, los granos son triturados y se elimina todo residuo de cáscara hasta que queda cacao puro. Finalmente se muelen los trozo de cacao en un molino de piedra hasta que se consigue una textura cremosa que se deja enfriar y se separa en pequeños moldes. Así se obtiene el cacao procesado presto para ser transformado en mil delicias de chocolate.
Así concluye el estupendo bufé que nos brindó la Atenas del Ecuador, dejándonos satisfechos y gustosos de haber saboreado tradición y novedades. Todos los comensales regresamos a casa agradecidos con la invitación y dispuestos a narrar lo bien que se pasa en esta ciudad que constantemente nos invita a regresar porque siempre tiene algo nuevo que ofrecer.
Publicado en Transport, octubre 2010
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