viernes, 4 de mayo de 2012

El turismo traslado su escuela a las universidades


Hace más de 25 años no existían las escuelas de turismo. Se aprendía en las agencias de viajes, en las operadoras, en las aerolíneas... Hoy las universidades están provocando un cambio generacional que, sin embargo, rinde un tributo especial a la experiencia.

Me faltan dos meses para cumplir 13 años de trabajo en el área de turismo. Coincidentemente, también, faltan dos meses para llegar a los 33 años de edad.  Mi escuela comenzó en las aulas de clase, sentada junto a otros 45 estudiantes que poco a poco fueron diezmándose a medida que cruzábamos los semestres.


Pertenecí a la tercera promoción de profesionales en turismo que la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol) entregó a la sociedad. Recuerdo que  algunos de mis compañeros se visualizaban trabajando en un hotel, otros soñaban con estar en un crucero, mientras que la mayoría de las chicas anhelaban ser azafatas, trabajar en las alturas y ser muy guapas. Por mi parte, yo siempre quise laborar en el turismo emisivo.

Irónicamente, al egresar de la universidad conseguí trabajo en una aerolínea internacional, no como aeromoza, sino en el departamento de carga, y dos años después ingresé al negocio de las mayoristas de turismo, que hoy comparto con la comunicación especializada en viajes. Amo lo que hago, pero amo más ser libre, estar en movimiento, conocer nuevas personas, viajar a sitios encantadores y aprender cosas nuevas. Y todo eso me ha dado el turismo.

Como la mía, hay incontables historias de profesionales ecuatorianos que tuvieron  la  oportunidad de estudiar esta carrera y ponerla en práctica.  Sin embargo, hace más de 25 años la historia era diferente, ya que en el país no existían universidades especializadas en la profesión del turismo, por lo que la «escuela» se vivía totalmente en el día a día laboral.

Cruce de épocas
El agente de viajes guayaquileño Vicente Suárez, que suma 50 años de experiencia en su hoja de vida, es parte de esa valiosa camada de profesionales empíricos. Él se inició a los 19 años en la aerolínea norteamericana Braniff International, que dos años más tarde se fusionó con Panagra (Pan-American Grace Airways) , otra  importante compañía estadounidense de aquella época que cubría rutas a Centro y Sudamérica, según Suaréz recuerda.
«Esas aerolíneas ofrecían excelentes entrenamientos,  nos enseñaban a construir tarifas, un tema bastante complejo que podía demandar mucho tiempo al requerir una ruta con varios destinos, lo que ahora  lo simplifica sistemas como Amadeus o Sabre», indica este respetado hombre del turismo que después de tres años en el mundo de la aviación, trabajó en agencias de viajes, hasta que fundó la suya propia: Albatros. Además ocupó cargos públicos, como director de Turismo para la Costa y Galápagos en Dituris, durante el gobierno del presidente Osvaldo Hurtado
Hoy, a sus 79 años, trabaja como free lance dándoles servicio a sus clientes directos, poniendo en práctica la filosofía que debió aprender fuera de las aulas: «un pasajero satisfecho es algo inapreciable, y el trabajador del turismo debe hacer todo para lograrlo».
La agente de viajes guayaquileña Alexandra Rivadeneira pertenece a una generación posterior de profesionales empíricos. Su trayectoria suma 23 años de trabajo, teniendo como escuela la empresa Metropolitan Touring. Su primer cargo: recepcionista, tras lo cual aprendió el movimiento de counter nacional y algo del internacional.
Rivadeneira ha trabajado en prestigiosas empresas como Ecoventura, Tecnoviajes, Princess Tours y Kapital Tours, aunque confiesa que ha notado que el mercado laboral prefiere –cada vez en mayor medida– a los profesionales con título académico y que hablen inglés. «En la actualidad, las agencias de prestigio son muy rigurosas a la hora de contratar personal y piden estos requisitos», indica. 

Un espacio ganado
Sin embargo, esta época de transición entre el empirismo y la academia revela que no es suficiente el título universitario para ganarse el absoluto respeto de los colegas. Al menos, no inmediatamente, señala Gabriela Banderas, licenciada en turismo con diez años en el mercado laboral, en empresas como Salmor, Grupo Ecuatorial y General Sales Marketing (GSM).
Ella se siente satisfecha con su profesión. Ama lo que hace. Pero comenta que cuando empezó a trabajar en el área de turismo tuvo que ganarse el respeto de aquellos agentes de viaje empíricos, dueños de las principales agencias de viajes de la ciudad, porque seguramente la veían demasiado joven  para confiar en su capacidad y profesionalismo. Como anécdota relata que en sus inicios  le tocó liderar un grupo de 38 agentes de viajes hacia Valle Nevado, en Chile. Todo el itinerario se cumplió como lo tenían previsto, pero al regreso hubo un problema con los espacios aéreos: no todos fueron confirmados por la aerolínea.
La mitad de los agentes de viaje se pusieron intranquilos, y a pesar que les informó que estaba solucionando el inconveniente aéreo, muchos de ellos optaron por comprar  un nuevo boleto de avión en otra compañía. Media hora después, Banderas resolvió el problema, consiguió los espacios para regresar a Guayaquil y quienes compraron los pasajes adicionales tuvieron que pagar  una multa para obtener la devolución del valor del segundo ticket aéreo.

Banderas se sintió muy satisfecha de haber resuelto tal problema generado por la aerolínea, porque pudo servir a colegas de diversas generaciones. Y entre ellos hubo varios que, repletos de experiencia, triunfos y conocimientos, le concedieron un mayor voto de confianza a esta representante de la nueva camada de profesionales académicos en turismo.

Publicado en revista Transport, mayo 2012

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