Hace más de 25 años no existían las
escuelas de turismo. Se aprendía en las agencias de viajes, en las operadoras,
en las aerolíneas... Hoy las universidades están provocando un cambio
generacional que, sin embargo, rinde un tributo especial a la experiencia.
Me faltan dos
meses para cumplir 13 años de trabajo en el área de turismo. Coincidentemente,
también, faltan dos meses para llegar a los 33 años de edad. Mi escuela comenzó en las aulas de
clase, sentada junto a otros 45 estudiantes que poco a poco fueron diezmándose
a medida que cruzábamos los semestres.
Pertenecí a la
tercera promoción de profesionales en turismo que la Escuela Superior
Politécnica del Litoral (Espol) entregó a la sociedad. Recuerdo que algunos de mis compañeros se
visualizaban trabajando en un hotel, otros soñaban con estar en un crucero,
mientras que la mayoría de las chicas anhelaban ser azafatas, trabajar en las
alturas y ser muy guapas. Por mi parte, yo siempre quise laborar en el turismo
emisivo.
Irónicamente, al
egresar de la universidad conseguí trabajo en una aerolínea internacional, no
como aeromoza, sino en el departamento de carga, y dos años después ingresé al
negocio de las mayoristas de turismo, que hoy comparto con la comunicación
especializada en viajes. Amo lo que hago, pero amo más ser libre, estar en
movimiento, conocer nuevas personas, viajar a sitios encantadores y aprender
cosas nuevas. Y todo eso me ha dado el turismo.
Como la mía, hay
incontables historias de profesionales ecuatorianos que tuvieron la
oportunidad de estudiar esta carrera y ponerla en práctica. Sin embargo, hace más de 25 años la
historia era diferente, ya que en el país no existían universidades especializadas
en la profesión del turismo, por lo que la «escuela» se vivía totalmente en el
día a día laboral.
Cruce de épocas
El agente de
viajes guayaquileño Vicente Suárez, que suma 50 años de experiencia en su hoja
de vida, es parte de esa valiosa camada de profesionales empíricos. Él se inició
a los 19 años en la aerolínea norteamericana Braniff International, que dos
años más tarde se fusionó con Panagra (Pan-American
Grace Airways) ,
otra importante compañía
estadounidense de aquella época que cubría rutas a Centro y Sudamérica, según Suaréz
recuerda.
«Esas aerolíneas
ofrecían excelentes entrenamientos,
nos enseñaban a construir tarifas, un tema bastante complejo que podía
demandar mucho tiempo al requerir una ruta con varios destinos, lo que ahora lo simplifica sistemas como Amadeus o
Sabre», indica este respetado hombre del turismo que después de tres años en el
mundo de la aviación, trabajó en agencias de viajes, hasta que fundó la suya
propia: Albatros. Además ocupó cargos públicos, como director de Turismo para
la Costa y Galápagos en Dituris, durante el gobierno del presidente Osvaldo
Hurtado
Hoy, a sus 79
años, trabaja como free lance dándoles servicio a sus clientes directos,
poniendo en práctica la filosofía que debió aprender fuera de las aulas: «un
pasajero satisfecho es algo inapreciable, y el trabajador del turismo debe
hacer todo para lograrlo».
La agente de
viajes guayaquileña Alexandra Rivadeneira pertenece a una generación posterior
de profesionales empíricos. Su trayectoria suma 23 años de trabajo, teniendo
como escuela la empresa Metropolitan Touring. Su primer cargo: recepcionista,
tras lo cual aprendió el movimiento de counter nacional y algo del
internacional.
Rivadeneira ha
trabajado en prestigiosas empresas como Ecoventura, Tecnoviajes, Princess Tours
y Kapital Tours, aunque confiesa que ha notado que el mercado laboral prefiere
–cada vez en mayor medida– a los profesionales con título académico y que
hablen inglés. «En la actualidad, las agencias de prestigio son muy rigurosas a
la hora de contratar personal y piden estos requisitos», indica.
Un espacio ganado
Sin embargo, esta
época de transición entre el empirismo y la academia revela que no es
suficiente el título universitario para ganarse el absoluto respeto de los
colegas. Al menos, no inmediatamente, señala Gabriela Banderas, licenciada en
turismo con diez años en el mercado laboral, en empresas como Salmor, Grupo
Ecuatorial y General Sales Marketing (GSM).
Ella se siente
satisfecha con su profesión. Ama lo que hace. Pero comenta que cuando empezó a
trabajar en el área de turismo tuvo que ganarse el respeto de aquellos agentes
de viaje empíricos, dueños de las principales agencias de viajes de la ciudad, porque
seguramente la veían demasiado joven para confiar en su capacidad y profesionalismo. Como anécdota
relata que en sus inicios le tocó
liderar un grupo de 38 agentes de viajes hacia Valle Nevado, en Chile. Todo el
itinerario se cumplió como lo tenían previsto, pero al regreso hubo un problema
con los espacios aéreos: no todos fueron confirmados por la aerolínea.
La mitad de los
agentes de viaje se pusieron intranquilos, y a pesar que les informó que estaba
solucionando el inconveniente aéreo, muchos de ellos optaron por comprar un nuevo boleto de avión en otra compañía.
Media hora después, Banderas resolvió el problema, consiguió los espacios para
regresar a Guayaquil y quienes compraron los pasajes adicionales tuvieron que
pagar una multa para obtener la
devolución del valor del segundo ticket aéreo.
Banderas se sintió muy satisfecha de haber resuelto
tal problema generado por la aerolínea, porque pudo servir a colegas de
diversas generaciones. Y entre ellos hubo varios que, repletos de experiencia,
triunfos y conocimientos, le concedieron un mayor voto de confianza a esta
representante de la nueva camada de profesionales académicos en turismo.
Publicado en revista Transport, mayo 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario